miércoles, 1 de junio de 2011

Charcot, Freud y la Histeria

Autor: Alexis Schreck
Psicoanalista
alesch@prodigy.net.mx

Trabajo Publicado  en El libro de todo, como en botica I. México: Editorial Lectorum, 2008 y Revista Algarabía, septiembre 2007, num. 38, año X
Eran las 10 de la mañana cuando Jean-Martin Charcot, con su imponente presencia, ingresó al auditorio del Hospital de la Salpetriére en aquel Paris otoñal de 1885. Lo acompañaba algún ilustre visitante extranjero, y varios de los médicos que solían asistirlo.  El silencio expectante congelaba la escena.  Médicos y estudiantes de medicina de todas partes de Europa viajaban ex profeso, sólo para presenciar dos horas de un espectáculo sobrecogedor:  Charcot, el famoso neurólogo francés, presentaba a sus pacientes histéricas.
La histeria es una neurosis cuyo cuadro clínico suele estallar en síntomas, por lo general, ante ciertos acontecimientos críticos en la vida del paciente, como tal vez la adolescencia, el inicio de la vida sexual, el matrimonio, un duelo, etc.  Se caracteriza principalmente por la dramatización corporal, pues el conflicto inconsciente es simbolizado a través del cuerpo.  Así, se pueden presentar perturbaciones en la motricidad, como contracturas musculares, parálisis de las extremidades o faciales, dificultades para caminar, o trastornos de la sensibilidad como dolores locales, jaquecas y anestesias de alguna región del cuerpo.  También puede presentar trastornos sensoriales como la ceguera, la sordera o la afonía.  Los insomnios, desmayos, alteraciones de la conciencia, de la memoria o de la inteligencia y los ataques o convulsiones de aspecto epiléptico pueden también ser afecciones histéricas.
El nombre de tan llamativo del trastorno proviene de la palabra Hystera, que significa matriz, pues para los antiguos griegos, sobretodo Hipócrates, la histeria era una enfermedad orgánica de origen uterino y, por lo tanto, específicamente femenina.  Platón retoma esta idea en su Timeo y subraya que las mujeres llevaban en su seno “un animal sin alma”, animalidad que designa el destino de la mujer hasta la Edad Media, cuando su estudio se escinde del enfoque médico y toma un tamiz moral y religioso bajo las doctrinas agustinianas.  Esta animalidad femenina era la expresión de la convulsión uterina y del goce sexual, y por lo tanto del pecado, intervención directa del demonio que poseía al cuerpo femenino.
Así, la histérica se convirtió en bruja, y su cuerpo enajenado fue disputado entre los teólogos y los médicos.  Con la publicación del Malleus Maleficarum en 1487 muchas histéricas fueron condenadas a la hoguera como brujas o poseídas, hasta que en el siglo XVI el investigador Jean Wier restauró la posición de la medicina al considerar a las convulsivas de todo tipo como enfermas mentales.
Sin embargo, es hasta dos siglos después que Franz Antón Mesmer logra que se de definitivamente el pasaje de una concepción demoníaca de la histeria a una concepción científica.  Cierto que Mesmer defendía la falsa teoría del “fluido universal” que debía ser equilibrado en el cuerpo de la mujer a través de “magnetizaciones” o, como lo consideraríamos hoy en día, sugestiones hipnóticas.  La histeria se sustrae cabalmente de la religión cuando Mesmer le gana la partida al exorcista Josef Gassner en 1775 demostrando que el exorcismo no era más que un tipo de “magnetismo”.
Al poco tiempo, el mesmerismo cayó en total desprestigio y no fue hasta un siglo después que, sobre sus ruinas, se desarrolló la hipnosis (por James Braid en 1843), y es el gran Charcot quien rescata dicha técnica de sugestión y la vincula con la investigación de la histeria.  Así, se comienza a pensar en la histeria como un trastorno funcional del sistema nervioso que no podía ser localizable anatómicamente, de origen traumático, y que se presentaba también en hombres.

Pero este viernes frío de octubre Charcot no escatimó.  Esa mañana presentó a su histérica estrella, a su prima donna:  Blanche Wittmann, “la reine des hysteriques.”  Ella era el prototipo de histérica que ejemplificaba a la perfección las cuatro fases de ataque histérico: aura, ataque (gritos, pérdida de la consciencia y rigidez muscular), fase clónica (grandes movimientos, contorsiones, y gestos teatrales y pasionales) y resolución (sollozos, lágrimas y risas). Cuando la paciente caía en la grande hystérie,  Charcot podía generarle un trance hipnótico, y cual si fuera un ilusionista, lograba hacer desaparecer y aparecer síntomas, y así, una parálisis en el brazo derecho podía intercambiarse al brazo izquierdo, ejemplificando histriónicamente los efectos de la hipnosis en la condición histérica.
Las críticas llovían desde la escuela de Nancy y otros centros de investigación en Francia. Se cuenta, por ejemplo, que Jules Janet investigó a Blanche Wittmann cuando ella dejó La Salpetriere y le encontró una “segunda personalidad”, bien integrada y muy consciente de sus tiempos como la protagonista de las cuatro fases de la histeria de Charcot, las cuales había aprendido a representar perfectamente.
Sin embargo, ese 20 de octubre nada importaba, pues entre los espectadores se encontraba un joven neurólogo vienés de 26 años que recién había llegado a realizar sus prácticas en París.  El Dr. Sigmund Freud tomaba notas asombrado.  Lentamente su deseo de profesionalizarse como neurólogo se desvanecía y una nueva pasión surgía en él.  Cuando terminara su internado en la Salpetriere, dentro de cuatro meses, regresaría a Viena trayendo bajo su brazo las inquietudes que las dramáticas demostraciones del Dr. Charcot sembraron en él.
A Marta, su prometida, le escribió lo siguiente en relación a su maestro:
“Mi cerebro está lleno, como después de una función teatral.  Ignoro si la semilla fructificará; pero sé, en cambio, que ningún otro ser humano me ha afectado del mismo modo.”
Freud regresa a Viena decidido a concentrarse en los problemas de la mente en general y de la histeria en particular. Entre 1888 y 1893 forja un nuevo concepto de la histeria tomando la idea charcotiana del origen traumático, y ligándola a su teoría de la seducción.  En estas concepciones freudianas iniciales, la histérica en la infancia fue víctima pasiva de la seducción de un adulto, cuyo recuerdo traumático permanece como un cuerpo extraño, un quiste cuyo filo genera siempre el dolor y la discordia que serán tramitados simbólicamente a través del cuerpo; sus parálisis, sus anestesias, sus ascos, sus desmayos y, como diría Michel Foucault, su protesta ante la condición femenina.
La magistral obra Estudios sobre la Histeria surge a partir de su participación con Joseph Breuer y presenta el caso de Anna O. [1](estudiado y tratado por Breuer unos años atrás), y cuatro célebres casos de Freud: Cäcilie M, Emma von N, Katharina y Elisabeth von R. Todas maestras de Freud, todas creadoras del psicoanálisis, su aporte fue invaluable, permitiendo no sólo el giro que se da desde la hipnosis a la asociación libre en la técnica psicoanalítica, sino modificando la teoría freudiana, pues a partir de estas mujeres Freud descreerá del trauma real y colocará lo traumático del lado del mundo sexual fantaseado del paciente, a partir de los avatares de su deseo.     
Pero ¿cómo es la histeria moderna? ¿Cómo se representa hoy en día?  Sigue presentándose como una figura seductora cuyo cuerpo sexuado paradójicamente sufre por encontrarse genitalmente anestesiado.  Aquejada por inmensas inhibiciones sexuales, la histérica, o el histérico, seducen y erotizan para defenderse de su sexualidad, para permanecer en la insatisfacción y en la tristeza.  Así podrán presentar eyaculación precoz, impotencia, frigidez y dispareunia. Todos síntomas de un cuerpo que no puede sentir el placer sexual, sino sólo actuarlo, demorando por siempre la entrega.
La anorexia, la fatiga crónica, algunos casos de infertilidad, y los nuevos trastornos donde el dolor se generaliza a todo el cuerpo, a las articulaciones, a la piel, pueden ser las caras nuevas de la histeria, que en una suerte de identificación absorben lo imaginario y a la vez se rebelan contra la posición femenina en el mundo.[2] 

BIBLIOGRAFÍA
Appignanesi, L. y Forrester, J. (1992). Freud´s Women. U.S.A: Basic Books
Breuer, J. y Freud, S. (1893-1895/1985). Estudios sobre la Histeria, en Obras Completas, tomo II.  Argentina: Amorrortu.
Clark, R. W. (1980). Freud, el hombre y su causa. Barcelona: Planeta.
Ellenberger, H. F. (1970). The discovery of the unconscious. U.S.A: Basic Books.
Nasio, J. D. (1991). El dolor de la histeria. Argentina: Paidós.
Roudinesco, E. (1997). Diccionario de Psicoanálisis.  México: Paidós.



[1] Ver “el nacimiento del psicoanálisis”  en Algarabía.  A. Schreck.
[2] El Internado Villa de las Niñas en Chalco recientemente mostró este proceso de identificación histérica cuando varias niñas presentaron la misma sintomatología al unísono: mareo, vomito, dolores de cabeza y musculares, y dificultades para caminar o sostenerse en pie.  Se descartó un origen infeccioso o causa orgánica y se determinó como un trastorno psicógeno.

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